jueves, 8 de octubre de 2009

Primera semana de clase

Empecé las clases el 5 de este mes. Estoy en el grupo número 1 de alrededor de unos 15 grupos. Somos muy pocos por clase, aproximadamente unos 12-15 alumnos, y el horario de nuestro grupo es el más equilibrado en cuanto a entrar temprano todos los días y salir antes de comer, dependiendo del día.

Las clases son de una hora y media, excepto dos clases a la semana correspondientes a Biología y Física, que son de dos horas y media de duración. Es decir: tenemos una clase de Física a la semana de dos horas y media, y de Biología tenemos 2 clases semanales, una de ellas de hora y media y la otra de dos horas y media. Sí, son clases muy largas en comparación a las que hasta ahora tuve toda mi vida: en el instituto eran de 50 minutos, y en la universidad (el año que estuve en Veterinaria) de una hora.

Las clases de dos horas y media me resultan eternas, pero no por aburridas, sino por el calor que estos días hace. Casi estoy deseando que llegue el frío y las clases largas no vengan acompañadas por ese tremendo sopor que provoca el calor dentro del aula, que sin exagerar es posible que llegue a los 26-28 grados.

Los viernes no hay clase. Es un día dedicado a clases opcionales de refuerzo, estudio personal y preguntas y cuestiones al profesorado.

Me siento motivado y, por qué no decirlo, ilusionado con el estudio en inglés. Me cautiva pensar que estoy utilizando el inglés casi desde que me levanto hasta que me acuesto: hablando con los compañeros, escuchando las clases, leyendo los libros y apuntes... La verdad es que me gusta. Me gusta la idea de que cada vez me cuesta menos entenderme en inglés. Cada vez tengo que esforzarme menos en comprender lo que dice la gente, e incluso en expresarme yo: cada día tengo que pensar menos lo que voy a decir y cómo lo voy a decir para hacerlo gramaticalmente de forma correcta. No exagero, pues esto se comprueba fácilmente en los "eeeeh..." que interrumpen a uno en las frases mientras se piensa cómo decir lo que se desea expresar. Estas interjecciones son cada vez más escasas y breves

Y cómo no, mencionaré por supuesto el húngaro. Tenemos tan sólo una clase a la semana, pero a mí me resulta entretenida. Durante esta última clase aprendimos a presentarnos, a conjugar el verbo "to be" y algo de vocabulario del tipo "chico/chica; alumno/profesor; nombres de países/gentilicios...".

Estoy algo cansado por la semana de clases que hoy terminó a las 15:30. Es tan sólo cuestión de acostumbrarse a este ritmo y a esta duración de las clases, y sobre todo debo, ahora que tengo claro mi horario, planificar mi día a día. Como dice mi padre, necesito disciplina, y la disciplina se lleva a cabo siguiendo unas normas que a su vez vienen dictadas en este caso por el seguimiento de un horario y cierta organización del tiempo y los quehaceres.

Curiosamente, no estoy llegando tarde a ninguna parte. En ese aspecto es posible que esté mejorando: ni siquiera para dar un paseo con compañeros llego tarde a las citas. A clase entro todos los días a las 8:15 u 8:30, excepto los jueves, que entro a las 10:15, y me sorprendo a mí mismo viéndome con media hora entera para desayunar y llegar puntual (ni antes ni después de la hora) a clase. El desayuno me lo voy comiendo a medida que me lo hago: hoy me ocupé gustosamente de 8 ó 9 tostadas untadas con queso unas y con mantequilla y mermelada otras, y de camino a clase, un peladillo. Y ahora que menciono mi fruta favorita, lo de peladillo parece que no se conoce en el resto de España como tal. Cuando se lo menciono a algunos compañeros, no saben lo que es, pues ellos (tras hacer la descripción de la fruta), lo conocen como nectarina. Curioso, desconocía este dato.

Para terminar por hoy, diré que al fin localicé el piano en la sala de descanso de los alumnos. Lo toqué ayer al salir de clase (a las 15:45), estuve solo con él y en mi salsa durante una hora entera. Quizá más. Por la mañana ya había estado en aquella habitación y pude conocer a unos alumnos norteamericanos del curso de matemáticas. Uno de ellos es pianista: John, de Chicago. Hablando con él, le dije que yo era aficionado y que me encantaba el piano, y que quería escucharlo y verlo tocar. Me tendió un libro de partituras de Chopin y me dijo que seleccionase una. La que seleccioné no me defraudó, y su forma de tocar, tampoco.

Por hoy me despido, hasta más contar.

Saludos desde Budapest.